sábado, 16 de marzo de 2013

LETRA MENUDA. HOY QUIERO VERTE DANZAR COMO LOS ZINGAROS DEL DESIERTO



Con estas palabras empezaba Franco Battiato uno de sus temas más populares, que recuerdo me hipnotizaba siendo niño. No alcanzaba a entender prácticamente nada o directamente lo desvirtuaba “…al son de los cascabeles del tacatá” pero me cautivaba a modo de mantra, como una liebre cegada con las largas.


Algo parecido me ha ocurrido hoy al ver un correo, donde mi hermano me ha enviado el link de un video en el que aparece con su novia, bailando tango de un modo soberbio. Verlo ahí, sangre de mi sangre, capaz de moverse armónicamente y al compás de la música ha hecho que me replantee unos de mis axiomas más firmes: La incapacidad de mi familia para la expresión corporal dentro de los cánones socialmente aceptados. Déjenme que desarrolle un poco mi argumento que creo introduce una nueva dimensión antropológica.
Corría el año 89 cuando mi padre, que iba a ir al Rocío por primera vez en su vida, sintió la  imperiosa necesidad de apuntarse durante los meses previos a unas clases de Sevillanas, desarrollando las famosas Sevillanas Prusianas que tanto y tan bien dieron que hablar. Era un espectáculo casi místico ver a mi padre desarrollar aquel baile robótico y acompasado, donde los pasos de baile se sucedían con la precisión del que recita la lista de los reyes godos, pero con un absoluto desprecio hacia el ritmo y la música. Ver a mi padre con aquella danza marcial, funcional y aséptica, aprendida como un coronel soviético aprende la secuencia de lanzamiento de un misil, me hacía sentirme confuso, pues entendía a pesar de mi corta edad, que me esperaba un futuro al margen de la expresión corporal, y en aquellos tiempos os recuerdo que lo que  estaba de moda era la Lambada y por momentos pensé que esta tara genética sería una condena segura al onanismo perpetuo.
Pero va pasando el tiempo y al ir madurando, descubres que lejos de ser una minusvalía o tara es algo mucho más grande. Ahora que soy adulto he entendido la lección que mi padre me quería dar, he visto más allá para descubrir a un pionero, a un idealista, a un revolucionario. He atisbado más allá del espasmo grotesco y he descubierto el concepto.
Sin duda es una danza que entronca con los instintos primigenios del hombre, con el chamán embozado en la oscuridad de la cueva… pasos de bailé violentos y libérrimos como el que ahuyenta a una alimaña o patea un perro rabioso. Desde este prisma de entendimiento, el baile se despoja de su componente artística, estética y lúdica para alcanzar una nueva dimensión desprovista de ornatos y oropeles; ahora es brusca cambayá, súbita cojetá, espasmos muy técnicos y aparentemente deslavazados, pero que adquieren sentido en su contextualización como parte de un todo sublime.
Esta doctrina de baile, entronca con la naturaleza de la que es parte indisoluble: ningún movimiento se hace por azar, no hay frivolidad ni consumo de energía estéril. Presenta un alto grado de funcionalismo vital. En este sentido, cuando se ejecuta un movimiento acelerado y frenético de las nalgas, no busca erigirse como medio de expresión sino como un remedio natural para el prurito anal. Esta austeridad en el movimiento es la base conceptual de las llamadas danzas de barra, donde el danzante mueve la mano en la que porta la bebida espirituosa, y a lo sumo los muy avezados e iniciados se atreven con movimiento de algún pie o de la cabeza asintiendo… es la optimización de recursos llevada al extremo para el cortejo humano, y ese ahorro de fuerzas en el ritual de seducción, sin duda encaminada al acopio de  energía para la posterior cópula, es la base de que la especie humana no se haya extinguido… por eso dicen que no hay que fiarse de hombres que bailen.
Pero volviendo a la raíz del tema, en este contexto, ¿qué se busca cuando se ejecuta esta suerte de danza?. Después de mucha reflexión he llegado a la conclusión de que se trasmite un mensaje a los iniciados, un grito sordo de protesta en medio del caos; quizás era una advertencia de lo que estaba por venir, y en aquel año 89, cuando el telón de acero se desmoronaba como un azucarillo y el capitalismo se imponía como la única vía, un extraño baile, una grotesca danza, una deliciosa secuencia de espasmos, nos quería decir cuidado con los bancos, con las hipotecas… estaban los jeroglíficos pero nadie tenía la piedra de rosetta capaz de descifrarlos.
En cuanto al origen, estoy seguro que tienen que ver con el lugar de procedencia de mi padre, un pueblecito en medio de la siberia extremeña, en el que una noche de San Antón, ante el inminente ataque de las tropas sarracenas encendieron hogueras y comenzaron a danzar en torno a ellas para simular que un ejército extraordinario acampaba en el pueblo, se cree que se trata de la primera rave clandestina de las datadas en la península ibérica. Con el tiempo la historia fue degenerando y le metieron una carrera de caballos para darle lustre a la fiesta, pero en su origen era simplemente eso, gentes danzando desnudas como si no hubiera un mañana.