Los niños gritaban
en el portal, mientras su mujer abría el buzón con celeridad sacando torpe y
apresuradamente las cartas; al distinguir un sobre beige de papel de calidad,
automaticamente algo se le activo en lo
más profundo de su cerebro.
Desde que tenía uso
de razón recordaba a su padre mirando tres o cuatro veces diarias el buzón de
casa, escudriñando entre las facturas y folletos comerciales, esperando tener noticias
suyas. Aquella relación epistolar forjada a lo largo de tantos años, era uno de
los pilares en los que se fundaba su vida y para la familia era el hito que
marcaba el comienzo de la navidad.
Es común ser
seguidor de bandas de rock o equipos de fútbol, pero ser fanático de una
empresa era algo realmente singular en aquellos tiempos. Mucho antes de que los
hipsters adoradores de la manzana, besaran el suelo que pisaba Steve Jobs, él
sentía una devoción casi cofrade por El Corte Inglés y por la figura de Don
Isidoro. No en vano, su padre ganó la insignia triangular de oro y esmeralda
por haber sido el que más veces había indicado en facebook que le gustaba El
Corte Inglés.
Lo recordaba al
borde de la ebriedad, manteniendo conversaciones con sus amigotes en cualquier
bar sobre lo fiable que era el Corte Inglés y lo estricta que era su política
de atención al cliente; Cuando su padre hablaba de El Corte Inglés la gente lo
escuchaba como si fuera Martin Luther
King reencarnado. Esto se hacía especialmente patente cuando narraba como le
devolvieron un portatil después de usarlo, aquella anécdota que mi padre
adornaba hasta darle la misma emoción que la persecución nocturna por el parque
de Maria Luisa, hacía que te entrasen ganas de ir al El Corte Ingles y vivir
una eterna semana fantástica, de ser acunado por Don Isidoro mientras te
susurra al oido las ofertas de los ocho días de oro.
Llevar la memoria a
aquellos rincones le llenaba de nostalgia, recordaba las palabras de su padre
cuando abría aquel sobre de papel de considerable gramaje y sacaba la
felicitación, normalmente la reproducción de algún cuadro del nacimiento del
mesías... Todos los hermanos nos sentábamos junto a él con la solemnidad del
que asiste a un hecho histórico:
-
"Hombre la epifanía de Zurbarán!!!
qué gusto tiene este hombre... Es otra de las cosas que compartimos Don Isidoro
y yo, nuestro gusto por el Barroco, cualquier año de estos nos sorprende con la
adoración de los pastores de Murillo"
Acto seguido con
parsimonia cogía el christmas y lo colocaba junto al belén veneciano entelado,
sobre el que su padre guardaba también un granado numero de anécdotas. Luego
cada año les decía lo importante que eran los detalles en la vida y afirmaba
que Don Isidoro debía su éxito al cuidado de las formas y a una portentosa
memoria, que le permitía felicitar personalmente a todos los españoles por
navidad y su cumpleaños. Nunca lograron convencerle de que lo hacían mediante
un sistema informático, nunca les dejó, para él eso era la mágia de la navidad.
Recordaba a su padre
cada tarde cómo se ponía su viejo abrigo de paño gris con grandes solapas y se
colocaba frente a la fachada del centro comercial para observar durante horas
los muñecos de Cortylandia. La revolución
tecnológica que supuso el 3D y las modernas técnicas de mapping hicieron que la
mezcla de autómatas y canciones quedara rapidamente desfasada...aquel fue el
principio del fin.
Parece que fue ayer
cuando una tarde de abril, al salir del trabajo, descubrió a su padre anciano
en la Plaza del Duque mirando a la fachada desnuda de El Corte Inglés,
susurrando aquella cancioncilla:
"...Cortylandia,
Cortylandia, vamos todos a jugar... alegría en estas fiestas porque ya es
navidad...."
Hacía ya muchos
años, pero recordaba nitidamente como lo miró fijamente para decirle:
- ¿Hijo te gustan
los muñecos de este año?
- ¿Ves el reno?, que
bonita es esta mierda...
Y acto seguido
derrumbarse como un carámbano prendido de una cornisa. Sosteniéndolo entre sus
brazos, lo miró a los ojos.
- "Papa, ha
llegado la felicitación de Don Isidoro... luego la pondremos juntoal belén,
otro año más se ha acordado de nosotros..."
Su padre se apagó
lentamente con una sonrisa en los labios.
Dentro del ascensor
su mujer abría las cartas del banco y publicidad para a continuación romperlas
en dos pedazos, una tras otra: banco, ras, publicidad, ras, banco, ras...Cuando
cogió el sobre beige la tomó de la muñeca para arrebatárselo lentamente. Se
puso en cuclillas para poder mirar a los ojos a sus hijos y decirles:
- "Chicos, os
voy a hablar de un amigo... se llama Don Isidoro."
Felices fiestas
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