miércoles, 27 de enero de 2010

ORGULLO ANDALUZ. ANDALUCES LEVANTAOS SEÁIS DE DONDE SEÁIS

“Este es el pueblo andaluz
serio, puro y desgarrado,
en las tierras de la luz.”
Rafael Alberti


Resulta patético comprobar cuando sales de Andalucía, como aún hoy prevalecen en el imaginario colectivo los clichés caducos y trasnochados que hemos arrastrado durante siglos. Cada vez que cruzas Despeñaperros, es fácil que alguien tire de tópico y te intente argumentar que los andaluces son una suerte de seres indolentes e iletrados que viven del subsidio, una especie de subraza de holgazanes africanos, que viven en una feria continua. Lo más curioso es que muchas veces, alguno de los que asiste a esas disertaciones es uno de esos andaluces que ha ido a la Villa y Corte a cursar sus estudios universitarios o por motivos laborales (de esos que se suben y se bajan ¿??), asintiendo cabizbajo la chanza cateta, y digo bien, cateta. Esto es del todo indignante, que alguien que pertenece a una estirpe universal mantenga actitudes serviles está totalmente fuera de lugar.

A pesar de que el madrileño por antonomasia se pasea por la piel de toro con esa actitud altiva del que se sabe en provincias (Esto se sigue usando…palabra), cierto es que Madrid es el sitio con más catetos (o paletos que dirían ellos) por kilómetro cuadrado, en Madrid nadie es de Madrid, todos tienen un padre o abuelo que fue un tieso y en un momento determinado emigró a la ciudad en busca de sustento; en vacaciones emprenden ese éxodo que congestiona los accesos a la capital, regresando al pueblo que mentalmente nunca abandonaron, para reencontrarse con sus raíces. Una ciudad que tiene por bandera acoger a todos, no deja de ser una suerte de urbe meretriz donde todos entran sin intercambiar afectos. Hablemos con un madrileño sobre tradiciones, sobre su riqueza etnológica, su identidad como pueblo, cualquier respuesta podremos asimilarla a un encefalograma plano.

Cierto es que lo andaluces hemos cargado durante siglos con una definición social peligrosa. El elogio de nuestras costumbres desembocaba con facilidad en caricaturas peyorativas. De la serenidad y el estoicismo se pasaba pronto a la vagancia. El carácter tranquilo, la necesidad de mantener un diálogo humano, es decir, sensual e inteligente con la vida, propició acusaciones de incapacidad productiva. Por mucho que el cante jondo asuma una dimensión trágica de profundidades secas, las leyendas folklóricas impusieron una alegría de pandereta y risotadas.

Esta suerte de mezquindad intelectual, aún hoy es patente en las declaraciones de dirigentes políticos de diversa ideología, pero no voy a hablar de política, hoy no.

Ante esto conviene poner las cosas en su sitio, pero sin pasarse demasiado, sin avergonzarnos de que nos guste salir, hablar en los bares, negociar la vida con una sonrisa. Cuidemos la Andalucía que se sale por las ventanas, se junta en la tienda del barrio, se empeña en pagar otra ronda y no te deja volver a tu casa con una sola cerveza en el cuerpo. La modernidad y el respeto no son incompatibles con la memoria y los sentimientos habitados.

El Andaluz no es un pueblo excluyente, no busca su identidad negando al otro, es universal y ahí está su grandeza, un pueblo engendrado en un crisol de culturas.

La cultura de Andalucía es consecuencia de una identidad histórica rica y diversa, así como de un patrimonio que podemos definir como capital simbólico, tanto material como inmaterial. Estos dos constituyentes que se sostienen mutuamente articulan una cultura andaluza de singular riqueza en todos los aspectos.

En lo que se refiere a la identidad histórica, Andalucía tiene unas raíces que son anteriores a la llegada de los fenicios, la importancia del reino tartésico, que se hunde en los sistemas míticos de significación, ya es por si sola una singularidad de enorme importancia. Ciudades como Cádiz y Málaga son de las más antiguas de Occidente. Mientras las principales culturas de la antigüedad comenzaban a sentar las bases de lo que es el andaluz de hoy, en las tierras que hoy ocupa la villa y corte comían pan de bellota.

La conquista musulmana es el rasgo más singular y original de esta personalidad histórica. Es erróneo considerarla un accidente y también lo es considerar que es el elemento fundamental de la cultura andaluza. Es indudable, que tantos siglos de presencia musulmana, tienen una gran importancia en la síntesis cultural de la que nos sentimos orgullosos de manera legítima.

Otro elemento clave es América, de la que Andalucía será puerto con Sevilla y Cádiz. No es el lugar para plantear el andalucismo americano pero sí para señalar ese flujo en ambos sentidos que creó formas originales de expresión artística.

Esta realidad histórica tiene en paralelo la impresionante riqueza, no se puede calificar de otra manera, de su capital simbólico que posee nombres de valor universal, verdaderos genios de la cultura hispánica que confirman que la clave de la cultura andaluza es su proyección universal, su falta de particularismo, su sentido abierto y asimilador. No en vano Juan Ramón Jiménez se definió como andaluz universal y no en vano Andalucía ha sido y es tierra donde el extranjero deja de serlo.

El patrimonio mueble e inmueble de Andalucía es ingente, los monumentos de las culturas que la han habitado son de singular importancia, la riqueza en artes suntuarias, por citar un caso menos conocido, atesora piezas únicas que trascienden el patrimonio hispánico. La nómina de pintores desde Velázquez hasta Picasso, abrumadora, no es necesario que siga en esta cauda conocida de sobra.

Terminaré citando elementos de la cultura andaluza como el flamenco, la música religiosa, la danza, la cultura taurina, las fiestas y tradiciones, la gastronomía, todo un universo que otorga a la cultura andaluza una personalidad indiscutible, única en muchos casos. En conclusión, prefiero ver esta cultura en sentido universal y no en sentido excluyente, eso sería faltar a la historia, a la cultura y a Andalucía en su verdadero ser, esa esencia que se encuentra en los versos de sus poetas, los que más y mejor han revolucionado el lenguaje de la lírica española, Juan de Mena, Góngora, Bécquer, Lorca, es más que suficiente, creo yo y estoy seguro que ustedes también.

Andaluces levantaos seáis de donde seáis.


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