lunes, 20 de diciembre de 2010

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS 80. NARANJITO, ESE FRUTO

El otro día me crucé con un modernito de esos de gafapasta, vistiendo una camiseta homenaje al mito de los 80, el cítrico que cambió nuestras vidas e inculcó valores a toda la generación que nació en los 70: “Naranjito”.

España no ha sido nunca una potencia en el diseño de mascotas, más bien todo lo contrario, basta recordar a Cobi: esa especie de perro de diseño, dibujada a toda prisa, feo cual aborto de Belcebú o a Curro, un engendro de pájaro con nariz fálica recién salido del armario, pero Naranjito estaba hecho de otra pasta, no en vano está considerado por la I.M.A ( Internacional Merchandising Association) como la mascota perfecta.

Naranjito se impuso por escasa diferencia a las dos competidoras surgidas del talento de los diseñadores patrios: Solete y Torito, y se impuso por sus formas geométricamente perfectas, por la rotundidad de ese círculo naranja, reminiscencia freudiana del útero materno, ese círculo anaranjado y perfecto en el subconsciente colectivo rememora la visión del momento del parto desde el interior de la matriz, ese ir hacia la luz que marca el inicio de nuestras vidas y que se repetirá en el momento de nuestra muerte, resumiendo, Naranjito representa el concepto cíclico de la existencia, alfa y omega principio y fin del mundo.

Además de esto debemos entender el contexto geopolítico de aquellos años 80 en plena guerra fría; la URSS y los Estados Unidos pugnaban por una supremacía marcada por la amenaza nuclear y Naranjito supo simbolizar el ansia de paz de un mundo fragmentado y hastiado de vivir mirando de reojo al bunker. No en vano Naranjito era una naranja de la variedad Washingtonia (comúnmente conocida como Guachi) y a fin de cuentas el naranja no es más que el resultado de mezclar el rojo comunista con amarillo. No es este tema baladí, Mijail Gorvachov en su libro de memorias “Respondiendo al reto de los tiempos” recoge la sorprendente cita en su página 325:

“… La Perestroika se me ocurrió una tarde de abril en mi casa de Moscú mientras pegaba en el álbum de cromos de mi nieto la pegatina del magnifico portero soviético Rinat Dassayev, en una esquinita descubrí a naranjito y su imagen me acompañó como aparición nocturna, durante los años siguientes como fuente de inspiración, como una suerte de Prometeo contemporáneo que me traería la luz en los momentos de zozobra. Ese es un momento que compartí con mi nieto que nunca olvidaré, el otro fue cuando una tarde me desperté de la siesta y le pille enredándome en la calva con titanlux, pero eso es otra historia…”

Naranjito podía haber sido diseñado como una naranja redonda, perfecta, como un círculo armonioso y totémico, pero se le añadieron unas hojas verdes en la perola, con esto España le decía a los niños del mundo: ¡ Soy un vegetal, un ser vivo, no una puta pelota naranja!, si no cuidáis el planeta en unas décadas el clima cambiará. Con este gesto nimio, naranjito trataba de dar un puntapié a las conciencias de los niños, soñaba con un ejército de activistas de metro y medio en pantalones de campana, en cada Tito un ecologista, en cada Piraña un antisistema, en cada Pancho doliente un cachorro de Al Gore. Ahí observamos la cara rebelde de un Naranjito fruto de una agricultura ecológica y sostenible, que se postula no sólo como un ídolo de barro del merchandising, sino como el agitador social de las mascotas.

Con Naranjito además España se ponía en el mundo de nuevo, fue la primera vez que la mascota de un mundial lleva la equitación de una selección, le metimos un gol a la FIFA por toda la escuadra, porque naranjito era español y estaba orgulloso de serlo. Ya podía salir una foto de la selección de Honduras o de Brasil que Naranjito aparecía allí con su camiseta roja y sus calzonas azules, eso impregna a los niños de orgullo patrio, hace raza. En el mundial del 82 a España la mandaron para la venta del nabo a las primeras de cambio, pero delante de un Telefunken de madera se sentaba cada tarde un niño llamado Xavi Hernández y veía a Naranjito con la camiseta de España, delante de un Phillips con palillos en los botones la familia Iniesta veía a naranjito ataviado con la zamarra de la selección. El niño Iker casillas cambiaba cromos de naranjito en el colegio… Es decir Naranjito fue un motivador fundamental, fue una semilla que se sembró en los corazones de toda una generación de niños españoles que lo buscábamos dentro de los tigretón y las patatas matutano, como el que busca la honra perdida o la gloria robada.

Pese a todo, este es un país ingrato que tiene una deuda con muchos de los grandes hombres que han forjado su historia, y si esto pasa con los hombres que decir de las frutas… El otro día un amigo me contó que una vez terminado el mundial las promesas que el gobierno de la UCD le hizo por prestar su imagen se diluyeron como un azucarillo en café caliente. Estuvo durante años viviendo de la caridad de otras frutas.

Fue a finales de los 80 cuando lo detuvieron por primera vez, implicado en una red de trata de Kivis neozelandeses que traía engañados falsificando su documentación. Debido al escándalo su novia Clementina lo abandonó, y tras salir de la cárcel se le vió vagabundear con Citronio por el centro de Madrid, hasta que un día de verano aparecieron muertos y descuartizados en el fondo de un cubo de sangría. La versión oficial fue ajuste de cuentas entre frutos.

Clementina también murió a los pocos meses de sobredosis, para reconocer el cadáver llamaron al robot Imarchi, el único de la panda que logró prosperar gracias a sus contactos en una entonces emergente Microsoft.

Naranjito, Dios lo tenga en su Cítrica Gloria.

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