

Se hacía acompañar por dos fulanas enfundadas en abrigos de visón, las gemelas Sanders. Eran de esa clase de mujeres a las que entre polvo y polvo les pides que te bajen la basura porque si hablan, lo más probable es que te jodan la próxima erección.
Decían que Stofatto andaba enredado en un turbio negocio de importación de belenes italianos, fuera lo que fuera cierto es que nunca le faltaban un par de los grandes para gastar en el Savoy. También corría el rumor de que en una ocasión mató a un ruso en su exclusivo apartamento del “Upper East Side” con una dremel, por haber insultado a su madre, lo que le granjeó cierta simpatía entre los Italoamericanos que frecuentaban el Savoy.
El Savoy pertenecía a Sony "Sweet" Sullivan, un gran amante de las chuletas a la brasa, uno de esos tipos duros que hacía lustros que habían sustituido los cereales del desayuno por la metralla de la cena y con los que sólo desearías tener una discusión por ver quien cede el paso a la entrada del retrete. Disfrutaba viendo como las reses enteras se asaban colgadas de los ganchos sobre las llamas humeantes. Decían en el Savoy que al viejo Sony era adicto al olor que desprendían las Hollybourth cuando se cocinaban.

- “Vaya porcacha de carne”, “vaya mierda de restaurant”, “niño, traemé media de pavías de merluza”.
Sin darle tiempo a nada más, media docena de tipos malencarados le invitaron a salir del local. A la salida felicitaron al Maître por la ternera, pagaron la cuenta y desaparecieron en un Buick negro como el futuro de Stofatto. Una de las gemelas, que salió detrás, sólo pudo certificar que le llevaban dirección sur y que, desde el asiento de atrás, uno de ellos le gritó que lo fuesen a buscar al vertedero, junto a las madrigueras de las ratas.
Nunca más se volvió a saber de Quique Stofatto, nadie encontró explicación a lo que ocurrió esa noche, ni siquiera el detective Newman cuando encontró en una orilla del Hudson, los cuerpos de seis gangsters abatidos por una pistola de Avant-Carga.
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