miércoles, 31 de marzo de 2010

LETRA MENUDA. STOFATTO TALES II

Me acodaba en la barra aquella noche junto a John Della Scafa. El viejo John había acudido al Savoy ininterrumpidamente desde 1958 todos los días y ni una sola vez se permitió el lujo de irse sobrio a casa. Cuentan las malas lenguas que hace más de dos años que solo bebe a crédito, lo cierto es que hace más de dos años que se terminó la última botella de Whisky. Ernie dice que el viejo John ya tiene tanto alcohol en la lengua, que es suficiente el contacto con un vaso de agua.
El viejo me lanzó la última bocanada de humo que le arrancó a aquella colilla de Lucky Strike, tratando de llamar mi atención. Me contó que Sony estaba furioso por lo que le había ocurrido a sus chicos…
-“Ese Stoffato es como una puta anguila, le ha metido el dedo por el culo a Sony en su propia casa…”
Al tercer Bourbon, el viejo John me puso al día sobre el pasado de Stofatto. Al parecer Quique Stofatto era un gris funcionario en el sur de España, en un concurso de traslado para cambiar de departamento, dejó que un compañero le rellenase los papeles que firmó y presentó sin mirar, a las pocas semanas le comunicaron su nombramiento como funcionario de la delegación española en las Naciones Unidas. Atrás quedaban sus aperitivos a media mañana, esos homenajes de pringá y vino de jerez , sus interminables tardes de primavera haciendo bricolage con el azahar inundando el ambiente y sobretodo dejaba atrás a madre, Stofatto se había desprendido del plumón, era el momento de volar solo...
Stoffatto llegó a Nueva York un día 24 de diciembre, el taxista que lo recogió en el aeropuerto pasó junto al Rockefeller Center; apretó la cara contra el cristal del destartalado Chevrolet amarillo mientras veía un gigantesco árbol de navidad iluminando la pista de patinaje. Una lágrima recorrió su mejilla mientras tres pensamientos ocupaban su mente:
-“Si estuviera aquí madre….” “Aquí lo que pega es un belén como dios manda…” “algún día volveré a Sevilla…”.
No se por qué, sentía curiosidad por la vida de aquel Stofatto, tenía algo que le diferenciaba de la mayoría de los tipos bucean a diario entre la mugre de la sociedad y que tan asiduos eran al Savoy. Los clientes del Savoy ni tan siquiera recuerdan cuando fue la última vez que sonrieron sin estar en una rueda de reconocimiento, pero Stofatto emanaba cierto aire de señor, de hombre de linaje.
John tras apurar un vaso de bourbon, me contó que al llegar al edificio de la ONU, su superior le explicó su cometido en el organigrama de la delegación de España, antes de que hubiera finalizado Stofatto le interrumpió:
-“sabe usted… yo en verdad no tengo ni puta idea de nada, me gustaría empezar a mi ritmo, para en un par de años estar a punto y empezar a trabajar a todo trapo”
Dicen que en ese momento se inventó la técnica del mirlo blanco, que tanto dinero ha hecho ganar a las empresas editoras de manuales de Excel.
Su superior dándolo por imposible, le encomendó una tarea que cambiaría la vida de Stofatto, para tenerle entretenido le encargó elaborar un listado de contactos de todos los mandatarios del mundo y delegados de la ONU.
Se puso manos a la obra y empezó a frecuentar los archivos de las Naciones Unidas, los despachos de las distintas delegaciones y a recopilar todo documento que caía en sus manos. Se los llevaba a su despacho y los acumulaba allí esperando encontrar el teléfono de algún presidente en algún papel para ir transcribiéndolo a su listado. Nadie reparaba en él, no hablaba con nadie, además por aquellos tiempos el aspecto de Stofatto era anodino, el aspecto del “donnadie” universal, aún no tenía aún ese andar cadencioso que derretía a las coristas del Savoy, ese armonioso golpe de cadera que ponía los flujos a punto de nieve. En la delegación rusa pensaban que era ruso, en la de Yugoslavia que era yugoslavo y en la de Uganda que era un ugandés albino… por eso nunca nadie le impidió llevarse ningún documento.
Una mañana un empleado de correos le entregó un paquete en su despacho, era de madre, lo abrió para descubrir sorprendido un bocadillo de menudo. Se comió medio y pensó en guardar la otra mitad para cenarlo en su diminuto y sórdido apartamento de New Jersey mientras hacía alguna chapucilla con la dremel; como no tenía nada para envolverlo extrajo un puñado de documentos de un dossier con membrete “Top Secret” que había pillado esa mañana en la delegación de Cuba, envolvió el bocadillo y lo metió en un bolsillo de su gabardina gris marengo. Aquel bocadillo iba a cambiar su vida.

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