jueves, 30 de diciembre de 2010

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS 80. AMENAZA BAJO EL MAR


Recuerdo que vi la película “tiburón” en el cine pescadores de Punta Umbría, debía ser una reposición, ya que la película era del 75. La cuestión es que una tarde de verano aparqué mi bicicleta Torrot frente al cine, ataviado con la indumentaria habitual: braga naútica, camiseta de comando G y zapatillas cangrejeras de goma, para disfrutar de este clásico del cine.

Mientras daba cuenta de un paquete de palomitas, el nuevo jefe de policía de «Amity Island»: Martin Brody (interpretado por Roy Scheider) oteaba el horizonte en busca de un gran blanco que se estaba alimentando de los veraneantes de la isla. A medida que la película avanzaba, el jiñe iba en aumento, debido al buen hacer de tito Spielberg unido a la candidez propia de los niños que nacimos en los 70.

Memorable fue el momento en que el viejo capitán Quint revela que estuvo a bordo del SS Indianápolis, y que los tiburones se comieron a una cantidad considerable de naúfragos. Pero cuando se nos hizo el culo fanta fue cuando relató como al morder se les ponían los ojos blancos, “como los de un muñeco” decía el gachó.

El dueño del cine pescadores le sacó rendimiento a la película, que después pasó a proyectarse en otro templo puntaumbrieño del séptimo arte: “El cinemar San Fernando”, la cuestión es que aquel fue un verano de sombrilla y charquito; cualquier sombra en el mar provocaba la relajación de esfínteres y posterior estampida infantil, eran duros tiempos de jindama.

Pero el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) es una puta mierda, comparado con ese ser de leyenda, ese leviathan mítico que aterraba a los niños de nuestra generación: La digestión. La digestión es el fenómeno marino que más vidas ha sesgado, al menos era lo más temido en las playas ibéricas.

Recuerdo esas tardes de agosto, con la orilla llena de niños en braga naútica, que hacían frenéticamente el camino entre la orilla y la sombrilla para preguntar a su madre si se podía bañar. La madre, como una suerte de oráculo estival oteaba al horizonte, miraba su reloj y te decía si te quedaban dos horas, tres o las que fueran para terminar de hacer la digestión. Era acojonante que siendo aquello algo tan sumamente importante no estuviera reglado por la OMS, se había dejado a criterio de las madres, y cada una tenía su propia vara de medir, su verdad absoluta. Había familias de la escuela de las tres horas, otras de la de la hora y media…

Esta tesis se reforzaba cuando los de la cruz roja sacaban a alguien del agua, ahogado, accidentado, víctima de un infarto… La gente se arremolinaba en torno al desgraciado bañista, y alrededor del corro una multitud preguntaba qué había pasado. “Un corte de digestión”, apuntaba alguien y todos los niños pensábamos para nuestros adentros “qué hija de puta”

Te terminabas tu filete empanado acompañado de tortilla y al cabo de un momento ya estabas preguntando: “¿Puedo bañarme?”, y la respuesta siempre era: “No, cuando hagas la digestión.” Cuando hagas la digestión… ¿Qué respuesta es esa para un niño? ¡No sabe muy bien cuantas horas tiene el día, mucho menos va a saber cuantas dura la digestión! Porque esa es la gran pregunta, ¿cuánto dura la digestión?, como he comentado anteriormente cada familia tenía su estándar de referencia, y esasvariaciones como comprenderéis volvían loco a unas criaturas para las que todo lo que durase más que un capítulo de David el Gnomo era una eternidad. La digestión tenía la duración que le saliese de las pelotas a quien te llevase a la playa.

Un corte de digestión no se produce por mojarse, si no por sufrir un cambio brusco de temperatura. Si el problema fuese mojarse, los percebeiros tendrían que trabajar en ayunas. Y es más, si de repente cayese un chaparrón sobre una playa, los que se hallasen en ella perecerían al instante.

Llamadme conservador, pero soy de esas personas que aún siente un profundo respeto hacia el referente conceptual digestión. Si he comido, estoy en la playa y quiero darme un chapuzón siento el impulso de esperar un poco para hacer la digestión, mi mente se llena de fantasmas del pasado. Pese a ser consciente que el fenómeno de la digestión podría englobarse dentro del terreno místico de la superchería, no deja de ser una creencia atávica, un referente cultural a mantener, por lo que entiendo que igual que un no creyente puede disfrutar con la semana santa andaluza, se puede practicar el ritual cultural de la digestión pese a que el fenómeno de su corte carezca de argumentación científica sólida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario