viernes, 10 de febrero de 2012

LETRA MENUDA.LA VERDADERA HISTORIA DE IGNACIO MÁRQUEZ, EL NIÑO MATUTANO. ACTO I

Nunca nadie supo que Matu se llamaba realmente Ignacio Márquez, todos los empleados lo recuerdan cada mañana uniformado junto a la ostentosa escalera Art Decó de mármol de Carrara. Algunos en broma decían que Matu siempre estuvo ahí y podría decirse que tenían razón porque llevaba en aquella oficina desde el año 1975, cuando siendo aún niño, un publicista catalán lo descubrió mientras jugaba al fútbol en la plaza de su pueblo.

Aquel hombre llenó de promesas los oídos de su padre, y a cambio de un puñado de monedas se lo llevó para siempre lejos de su pueblo. Atrás quedaban las excursiones al arroyo a coger renacuajos, los interminables partidos de fútbol en la plaza y los tebeos del guerrero del antifaz. En Campoalbillo recuerdan aquel año 75 por dos hitos significativos y cruciales: la muerte de Franco y la desaparición de Nacho Carapeloto.

Sus padres dijeron que se lo había llevado un ovni, todos recuerdan a un joven J.J. Benitez haciendo preguntas para una entrevista que salió publicada en diario 16, también recuerdan nítidamente a Carapeloto porque poseía una cabeza perfectamente redonda como una sandía, una testa grande y esférica como un planetoide que le había granjeado una gran popularidad en la comarca; Ignacio cumplía esa función social tan necesaria en los pueblos de aquella España rural, profunda y tosca, era el receptor de todas las chanzas, bromas y chascarrillos, era la válvula de escape de aquella gente amante de las cabañuelas y del calendario zaragozano, cumplía una crucial labor que le otorgaba la categoría de fuerza viva junto al cura o al alcalde.

Una vez el coche salió del pueblo, se acomodó en el asiento del copiloto, y sentado desde allí su mirada se perdió en la planicie. Sentía una profunda tristeza pero no soltó una sola lágrima, apoyó la cabeza en el cristal de la ventanilla para hundirse en la monotonía del paisaje manchego, pronto estuvo dormido.
Cuando abrió los ojos el Ford Capri rojo se abría paso entre las calles de Barcelona, la impresión fue brutal para aquel chico que no había salido de su pueblo. Mientras avanzaban por la diagonal, el niño Ignacio Márquez sentía una profunda y verdadera fascinación por todo cuanto alcanzaba a ver, como una suerte de buen salvaje roussoniano, la misma satisfacción de todos los transeúntes que atónitos observaban a aquel niño raro y cabezón a través del cristal de la ventanilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario